Para que esperar, esta vez la ansiedad le ganó a la mañana. Salí por la madrugada a caminar un poco por el barrio. Me sentía seguro para intentar recorrer la ciudad entera. Salí de casa alrededor de las tres de ese día jueves. El kiosco de Don Roque se veía añejo en la sombra de la noche. Parecía perpetuarse de la esquina entera, como si estuviera adosado a las baldosas linderas. Tras mis pasos una sombra poco usual se dibujaba. Sentía tu presencia, quizás aún me recuerdes y me ampares como ayer, cuando salíamos sigilosos en busca del amanecer. Tengo mis serias dudas sobre tus sentimientos. Será que ya perdí esa noción del tiempo. Del presente y del mañana. Cada día será una nueva incógnita, un nuevo misterio.
Seguía buscándola a ella con mi mirada perdida en la acera de cemento compactado. Me crujían los sesos, mis párpados caían, no podía divisarte a mi lado y eso me irritaba demasiado.
Caminé hasta perder de vista el camino, para ese entonces la ciudad había quedado lejos. Llegué a tu escondite secreto, aquella hamaca que colgaba del cielo. Se balanceaba como la del parque...pero esta vez repleta de buenos recuerdos. El amanecer asomaba su cálida presencia cuando me disponía a regresar. Resultó que realmente me podías amar. Así lo sentí esa vez en aquel lugar. Tú estabas de nuevo allí y entendí que nunca me olvidarás. Volver fue el siguiente paso y un susurro de tu boca plasmó un hasta luego en mis mejillas frías por aquel otoño insistente. Al levantar la mirada me encontraba de nuevo en la cama, tratando de atrapar tu perfume en el dorso de mi almohada. Olía a jazmines, de esos a los cuales admirabas.
Caminé hasta perder de vista el camino, para ese entonces la ciudad había quedado lejos. Llegué a tu escondite secreto, aquella hamaca que colgaba del cielo. Se balanceaba como la del parque...pero esta vez repleta de buenos recuerdos. El amanecer asomaba su cálida presencia cuando me disponía a regresar. Resultó que realmente me podías amar. Así lo sentí esa vez en aquel lugar. Tú estabas de nuevo allí y entendí que nunca me olvidarás. Volver fue el siguiente paso y un susurro de tu boca plasmó un hasta luego en mis mejillas frías por aquel otoño insistente. Al levantar la mirada me encontraba de nuevo en la cama, tratando de atrapar tu perfume en el dorso de mi almohada. Olía a jazmines, de esos a los cuales admirabas.
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